La
muerte en Beverly Hills de Pere Gimferrer
V
En las cabinas
telefónicas
hay misteriosas
inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas
palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote
ensangrentado se refugian allí para morir.
Última noche bajo el pálido
neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas
con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en
el amanecer.
Te esperaré a la una y
media, cuando salgas del cine -y a esta hora
está muerta en el
Depósito aquélla cuyo
cuerpo era un ramo de
orquídeas.
Herida en los tiroteos
nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores,
abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce
amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la
más delgada y nítida,
parece deslizarse de los
locales cerrados:
esta luz que detiene a
los transeúntes
y les habla suavemente
de su infancia.
Músicas de otro tiempo,
canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una
noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un
impermeable claro que besamos
una vez en el ascensor,
a oscuras entre dos pisos, y
tenía los ojos muy
azules, y hablaba siempre en voz
muy baja- se llamaba
Nelly.
Cierra los ojos y
escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios
luminosos.
La noche tiene cálidas
avenidas azules.
Sombras abrazan sombras
en piscinas y bares.
En el oscuro cielo
combatían los astros
cuando murió de amor,
y era como si oliera
muy despacio un perfume.
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