lunes, 8 de mayo de 2017

La poesía durante la Guerra Civil I

Puede resultar paradójico, pero tras la Guerra Civil, la literatura, y en general todo el arte español, se vio favorecida por la necesidad de comunicación, con sentidos totalmente distintos según la ideología política.

Una de las principales características de la poesía de estos años es la ruptura con esa poesía pura de la que se hablaba allá por 1929 y que abogaba por una poesía simple, sin sentimiento, sin emociones e incluso sin tiempo, ya que se intentaba copiar la atemporalidad y la impersonalidad de otras disciplinas artísticas como por ejemplo, la pintura cubista. Cabe destacar que esta poesía no llegó a materializarse como lo hizo en otros países como Francia, en la que se llegó a hablar de "fabricación de poesía". Una de las razones por las que esto no sucedió en nuestro país, según Dámaso Alonso, fue el hecho de que casi todos los poetas españoles creían que la inspiración era necesaria, algo ajeno a la razón y la voluntad humana y que, a mi parecer, es el encanto propio de la poesía.

La crudeza del conflicto debía ser plasmada, implicarse dentro de la propia guerra para poder funcionar casi como un fusil de combate. Por ello, los poetas españoles encontraron en Pablo Neruda a su principal líder, a raíz de uno de sus manifiestos publicados en su revista Caballo Verde para la Poesía, ya que en este defendía la impureza de la poesía, por lo que creo necesario que nadie mejor que el autor para definir como debe ser esa poesía impura: 
Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor, y el humo, oliente a orina y azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley. Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos... y no olvidemos nunca la melancolía, el gastado sentimentalismo, perfectos frutos impuros de maravillosa calidad olvidada, dejados atrás por el frenético libresco: la luz de la luna, el cisne en el anochecer, corazón mío son sin duda lo poético elemental e imprescindible. Quien huye del mal gusto, cae en el hielo. [1] 
Como podéis observar, no supuso solamente una renovación estética, sino que también se convirtió en una forma de vida y de entender el mundo que apostaba por la creación a través de la vida, es decir, la poesía como experiencia humana.

Esto supuso una serie de celebraciones, como la conmemoración del nacimiento de Bécquer, en las que se buscaba la revalorización de los ideales románticos, unificadas alrededor de un denominador común, la poesía "rehumanizadora".

En 1937 se publica una antología  poética bajo el título de Poetas de la España leal, que reunía a los principales poetas que se encontraban a favor de la República. Uno de los más representativos, y que ya había reivindicado los ideales de los intelectuales izquierdistas en la revista El mono azul, fue Rafael Alberti.

En el mismo año se publicó el Romancero general de la guerra de España, que recopilaba romances que habían sido escritos a la vez que se sucedían los acontecimiento bélicos. La mayoría de ellos son de carácter noticiero, pero sin dejar de lado el lirismo. La recopilación de los mismos corrió a cargo de Emilio Prados, autor de alguno de ellos junto a Altoaguirre, Bergamín y otros pertenecientes a la Generación del 27. La recepción de esos romances cumplieron el papel con el que habían sido escritos: alentar el ánimo del pueblo. Entre los temas que trataron destacan la alabanza de héroes y heroínas de la resistencia republicana, la denuncia de las atrocidades hacia los más inocentes (los niños) e incluso la denuncia de crímenes que habían quedado impunes, como por ejemplo, el fusilamiento de Lorca. También encontramos romances satíricos contra el clero y la brutalidad militar.

Ambos, republicanos y nacionales, fueron apropiándose de símbolos, en su mayoría ciudades y territorios que se encontraban divididos por el enfrentamiento. Mientras el bando nacional tomó Toledo como emblema del valor franquista, los republicanos adoptaron la ciudad de Madrid como símbolo de la resistencia:

Madrid,                      
corazón de España,                      
late con pulsos de fiebre.    
Si ayer la sangre le hervía,
hoy con más calor le hierve... (Alberti)

Madrid,
rompeolas de todas las Españas,
sonríes,
con plomo en las entrañas... (Machado)                          

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Rodríguez Cacho, Lina, (2009), Manual de Historia de la Literatura española, Madrid: Castalia
[1] Neruda, Pablo, (1938), Sobre una poesía sin pureza, Madrid: Caballo Verde para la Poesía

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