miércoles, 17 de mayo de 2017

Ángela Figuera Aymerich




En esta entrada vamos a ver la figura de Ángela Figuera Aymerich, “una voz de autenticidad excepcional dentro de la poesía social del momento, que ha quedado injustamente marginada en la historia de la lírica contemporánea”[1]

Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) pudo haber sido por edad miembro de la Generación del 27, pero empezó a publicar tarde, con cuarenta y seis años, y abandonó pronto los rasgos estilísticos que más la acercaban a esta generación para dar paso a otro tipo de poesía: poesía desarraigada. Es esta poesía comprometida y de denuncia social, para mí la mejor de su producción, la que ha hecho que sea considerada como parte del “triunvirato vasco”[2] de la poesía de postguerra junto con Gabriel Celaya y Blas de Otero. Sin embargo, a pesar de su calidad, no ha recibido ni de lejos la mismas atención que sus dos paisanos.

A continuación estudiaremos brevemente su vida y obra.

Ángela Figuera Aymerich nace en Bilbao en 1902. Su padre era ingeniero y profesor de la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao. Su madre era una mujer de carácter débil y poca fortaleza física, por lo que Ángela tuvo que encargarse desde muy joven de sus hermanos pequeños (era la mayor de nueve hermanos), realizando las labores de madre. Esta situación puede que aumentase su innato instinto maternal, reflejado luego a lo largo de toda su obra.

Estudió en el colegio del Sagrado Corazón y fue una de las primeras mujeres vascas en cursar el Bachillerato. Quiso estudiar la carrera de Filosofía y Letras pero su padre se negó al principio porque no la consideraba una carrera de provecho. Finalmente cedió y Ángela empezó a estudiar por libre la carrera.

En 1927 fallece su padre y son Ángela y su abuela quienes deben sacar adelante a la familia. Ángela viaja entonces a la casa de su tío en Madrid, donde termina la carrera. Empieza a trabajar maestra en el Colegio Decroly y en el Montessori. También da clases particulares. Gracias a estos trabajos va manteniendo a su familia, que se traslada también a Madrid en 1930.

En 1933 realiza un cursillo -una especie de oposiciones- para catedráticos de Institutos de segunda enseñanza y obtiene una de las mejores notas. Es destinada a Huelva, a donde se traslada con quien acaba de convertirse en su marido, Julio Figuera Andú, militar.

En 1935 ocurre una de las grandes desgracias en la vida de Ángela, muere su primer hijo en el parto. A pesar de la tristeza propia de una situación así, ella supo seguir adelante con entereza y valor. 

El 15 de julio de 1936 vuelven a Madrid con el fin de que Ángela realice otro cursillo para confirmar su nombramiento como catedrática de Instituto. Allí les pilla el comienzo de la guerra. Su marido marcha al frente con el ejército republicano y Ángela, embarazada de nuevo, pasa en Madrid los primeros meses de la contienda. En diciembre nace su primer hijo, al que ponen por nombre Juan Ramón en honor al poeta.

Ángela es evacuada con su familia a Valencia y comienza a trabajar en el instituto de Alcoy. Allí pasa dos años. Cuando su marido es destinado a Molina de Segura, ella pide el traslado al Instituto de Murcia y el matrimonio vuelve a estar junto durante los últimos siete meses de la guerra.

Con la victoria de los sublevados, toda la familia de Ángela, que había luchado en el bando opuesto, se ve despojada de sus propiedades y empleos. Ángela se dedica, en los primeros años de la postguerra, exclusivamente a su hijo y a la casa. En sus ratos libres escribe poemas, que se recogen en Mujer de barro (1948), su primer libro.[3] La propia autora afirma más adelante sobre este poemario: “mi poesía de entonces era subjetiva, intimista”[4], centrada en: “yo y los míos, descansando tras la tormenta”[5]. Ángela se centra en sí misma y su mundo más cercano. Canta a la maternidad y a la posición normativa de la mujer como madre, de la que se siente orgullosa de formar parte. Se trata de una lírica tradicional en la que la voz poética femenina celebra el hecho de ser mujer. Este es el poema que abre el libro:
MUJER DE BARRO
Mujer de barro soy, mujer de barro:
pero el amor me floreció en regazo.

En “Mujer”, queda clara su visión de la mujer:
¡Cuán vanamente, cuán ligeramente
me llamaron poetas, flor, perfume!...

Flor, no: florezco. Exhalo sin mudarme.
Me entregan la simiente: doy fruto.
El agua corre en mí: no soy el agua.
Árboles en la orilla, dulcemente
los acojo y reflejo: no soy árbol.
Ave que vuela, no: seguro nido.

Cauce propicio. cálido camino
para el fluir eterno de la especie.

En el libro también hay varios poemas en los que refleja su amor por su marido, y otros dedicados a su hijo. Son poemas llenos de sensualidad y erotismo, los primeros, y de amor maternal los segundos. Todo el libro rebosa sentimiento amoroso y alegría.
MORIR
No me da miedo la muerte
pero ¡amo tanto la vida!...

¿Por qué ha de ser podredumbre
esta alegre carne mía
bruñida al sol y a los vientos,
ebria de ardores y risas,
limpia en las frías corrientes;
que ha sabido de caricias,
que ha florecido en un hijo,
que goza cuando respira?...

No, no es por miedo a la muerte,
que es por amor a la vida.

En esta misma línea continúa en su segundo libro, Soria pura (1949), que surge de unas vacaciones que el matrimonio pasa en Burgo de Osma. Se trata de un libro muy sensorial en el que describe los paisajes sorianos y las sensaciones que le transmiten. A este poemario pertenecen poemas como “Mediodía”, “Calor”, “Brisa”, “Río”, “Álamo”, “Chopo”, “Siesta”, etc., cuyos títulos ya nos dan una idea del carácter de los mismos.

Pero el tono de los dos primeros libros se rompe completamente con el libro que publica en 1950: Vencida por el Ángel. Tras leer Las cosas como son (1950), de Gabriel Celaya, toma conciencia de la cruda realidad y decide utilizar ella también la palabra para rebelarse contra las injusticias que están sucediendo. Ella misma critica con dureza su anterior actitud de evasión en el primer poema de este libro: “Egoísmo”:
Contra el sucio oleaje de las cosas
yo apretaba la puerta. Mis dos manos,
resueltas, obstinadas, indomables,
la mantenían firme desde dentro.

Fuera, el naufragio; fuera, el caos; fuera
ese pavor, abierto como un pozo,
de las bocas que gritan
al hambre, al ruido, al odio, a la mentira,
al dolor, al misterio.

Fuera, el rastro acosado de los hombres
sin alas y sin piernas, que se arrastran,
que giran a los vientos,
que caen, que se disuelven
en muerte sorda, oscura,
derrumbándose
sin asunción posible.

Fuera, las madres dóciles que alumbran
con terrible alarido;
las que acarrean hijos como fardos
y las que ven secarse ante sus ojos
la carne que parieron y renuevan
su grito primitivo.

Fuera, los niños pálidos, creados
al latigazo rojo del instinto,
y que la vida, bruta, dejó solos
como una mala perra su camada,
y abren los anchos ojos asombrados
sobre las rutas áridas,
mordiendo con sus bocas sin dulzura
los largos días duros.

Fuera, la ruina de los viejos tristes
que un cuervo desmenuza fibra a fibra
en dolorida hilacha, preparando
la dispersión desnuda de los hueso.

Fuera, el escalofrío que sacude
el espinazo enfermo de la tierra
con ráfagas de hastío y de fracaso.

Fuera, el rostro de Dios, oscurecido
por infinitas alas desprendidas
de arcángeles sin hiel, asesinados.

Yo, dentro. Yo: insensible, acorazada
en risa, en sangre, en goce, en poderío.
Maciza, erguida; manteniendo firme,
contra el alud del llanto y de la angustia,
mi puerta bien cerrada.

Hasta ese momento Ángela se había refugiado en sí misma, en su amor por su marido y su hijo, sin atender a la realidad exterior, pero el libro de Celaya le abre los ojos y ya no puede vivir más de espaldas al horror de lo que está ocurriendo en la calle.

El grito inútil (1952), que dedica “a los que no quieren escuchar”, consolida tanto el contenido como la forma del libro anterior. Predominan los poemas largos de verso libre con figuras retóricas de repetición (para dar más énfasis). Todos los poemas son muy crudos, reflejo de la realidad, y bastante negativos. Me parece destacable el poema “Culpa”, que hace partícipe al lector -de cualquier época- de ese sentimiento de culpa.
Si un niño agoniza, poco a poco, en silencio,
con el vientre abombado y la cara de greda.
Si un bello adolescente se suicida una noche
tan sólo porque el alma le pesa demasiado.
Si una madre maldice soplando las cenizas.
Si un soldado cansado se orina en una iglesia
a los pies de una Virgen degollada, sin Hijo.
Si un sabio halla la fórmula que aniquile de un golpe
dos millones de hombres del color elegido.

Si las hembras rehuyen el parir. Si los viejos
a hurtadillas codician a los guapos muchachos.
Si los lobos consiguen mantenerse robustos
consumiendo la sangre que la tierra no empapa.

Si la cárcel, si el miedo, si la tisis, si el hambre.
Es terrible, terrible. Pero yo, ¿qué he de hacerle?
Yo no tengo la culpa. Ni tú, amigo, tampoco.
Somos gente honrada. Hasta vamos a misa.
Trabajamos. Dormimos. Y así vamos tirando.
Además, ya es sabido. Dios dispone las cosas.

Y nos vamos al cine. O a tomar un tranvía.

Igualmente desolador es el poema “Rebelión”, en el que afirma que serán las madres quienes se levantarán contra esa situación de injusticia hartas de ver a sus hijos morir.

La poeta escribe a veces desde un yo femenino y otras desde un yo masculino, pero empatiza especialmente con el sexo femenino, del que forma parte, y varios de sus poemas denuncian la explotación peculiar que sufren las mujeres, por ejemplo  “Mujeres del mercado”.

En 1953 publica Víspera de la vida, en el que trata temas más metafísicos: se pregunta sobre su identidad y sobre el sentido del mundo. En este libro aparecen los poemas “Caín” y “Abel”, figuras bíblicas a las que se refiere varias veces a lo largo de su obra como símbolos del enfrentamiento fratricida. Aquí aparece también un poema escrito a la muerte de su madre. Aunque Ángela pudo estar junto a su madre en el momento de su muerte  (al contrario que Concha Méndez, quien vimos que escribe un poema sobre la pena de saber que su madre ha muerto mientras ella está lejos), el dolor no es menor por ello.

En Los días duros (1953), sigue en la misma línea, con mayor presencia ahora de Dios, al que continuamente se dirige para pedirle misericordia. En el poema “Madres” vuelve a ponerse en el lugar de todas las madres que dan a luz tan solo para ver morir a sus hijos a causa de la guerra: “madres del mundo, tristes paridoras/ gemid, clamad, aullad por vuestros frutos”. En el primer poema, “Los días duros”, reitera en la idea de que le es ya imposible esconderse de la realidad, como hizo en los primeros años de postguerra:
No. Ya no puedo estar, como solía,
oculta en matorral de madreselvas,
de musgo delicado, de jazmines
que perfumaban la ilusión precisa
de vivir aparte, preservada
[…]
Bien lo sabéis cómo era yo de tierna.
Cómo canté mi arcilla y mis claveles.
[…]
Hoy ya no puedo. He de salir. Alzarme
sobre mi dócil barro femenino.

En este y otros poemas anuncia la imposibilidad de mantenerse en el papel tradicional de mujer en el que hasta entonces ha sido feliz. Ahora es necesario rebelarse y luchar.

En 1957, Ángela (que había trabajado en la Biblioteca Nacional y en el “Bibliobús”, biblioteca ambulante que recorría los barrios de Madrid) recibe una beca para realizar un estudio bibliotecario en París. Allí escribe poemas que la censura española no va a dejar publicar, por lo que los envía a un amigo suyo en México. Es allí donde se publican en 1958 bajo el título Belleza cruel[6].

El prólogo del libro corrió a cargo de León Felipe, exiliado en México, y causó un gran revuelo en el ámbito literario español. En este prólogo, el poeta pedía perdón por haber denostado en el pasado a los intelectuales que se quedaron en España y haber afirmado que la poesía se había ido del país junto con los exiliados. El libro de Ángela le hace ver que aún quedan voces dentro de la península (Ángela Figuera, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Victoriano Crémer, Dámaso Alonso, José Hierro) luchando y levantando la voz. Tanto León Felipe como Neruda, al que Ángela conoció en París, fueron convencidos por esta de que los poetas a ambos lados del océano debían unirse y alzar sus voces juntas con más fuerza.

En Belleza cruel es donde la autora denuncia de manera más contundente. Sus poemas son más cortantes y audaces, con más ira. Los temas siguen siendo los mismos (Caín y Abel, dar voz a los silenciados, defender al desprotegido, la mujer, Dios…) pero cargados de mayor fuerza y pasión. Aquí se encuentran algunos de sus poemas más desgarradores, como “Canción del pan robado”, “Guerra”, “Etcétera” o “Carta abierta”, en el que un hombre escribe una carta a Dios pidiéndole, con lenguaje familiar y sencillo, ayuda.

En 1961 Ángela viaja a Avilés para reunirse con su marido, que llevaba allí dos años. En 1962 publica Toco la tierra. Letanías. Continúa el tono de los poemarios anteriores, pero ahora parece aumentar la esperanza. En el poema “Creo en el hombre”, por ejemplo, presenta al ser humano como un ser que ama, mientras que en otros poemas anteriores lo presentaba como un ser violento y guerrero. Mientras exista el hombre existe la esperanza, parece querer decirnos la poeta, porque, aunque siga habiendo injusticias, también habrá quien intente remediarlas.
Donde veas
que un muro con trabajo se levanta
para quitar al hombre frío y miedo,
acércate y coloca unos ladrillos
calientes con el roce de tus manos.

Donde veas
que un hombre marcha solo, acaso ciego,
acaso extraviado y sin cayado
acércate y camina a su costado,
dale tu luz y canta por su boca.

Donde veas
que un joven ríe y besa a una muchacha
bajo la luna, el sol o el aguacero,
acércate en silencio y deja un trozo
del propio corazón junto a sus labios.

Donde veas
que un niño llora a solas o una madre
vacila bajo el peso de los hijos,
acude con la fuerza de tus brazos,
parte su pan y cuida de su lumbre.

Donde veas
que el látigo o la espada se levantan,
que la prisión redobla sus cerrojos
que los fusiles amenazan muerte,
acércate y a pecho descubierto,
lanza un tremendo NO que salve al mundo.

En este poema, “Donde veas”, al igual que en “Culpa”, que ya hemos visto, el mensaje que se trasmite no es válido solo para el momento de la postguerra española, sino para cualquier momento en cualquier lugar. Son poemas que intentan despertar la humanidad del lector, para que la aplique a la situación concreta en que se encuentre.

Durante los últimos años de su vida hasta su muerte en 1984 (estuvo enferma del corazón y los pulmones desde los años 70), Ángela vuelve a aislarse en sí misma y en su círculo cercano (como cuando empezó a escribir). De los cuentos que narra a sus dos nietos surgen Cuentos tontos para niños listosCanciones para todo el año, pequeños cuentos, poemas, canciones y adivinanzas que me han recordado a la literatura infantil de Gloria Fuertes, pero que son mucho menos conocidos que los de esta otra autora, aunque son igualmente ingeniosos.

En Ángela de Figuera y Aymerich tenemos otro ejemplo de mujer revolucionaria para su época. A pesar de haber sido educada desde pequeña en la ideología conservadora del momento, ella se sale del camino trazado, incitada por las atrocidades que están ocurriendo. En un momento en el que los hombres se matan entre ellos, ¿qué sentido tiene que la mujer siga trayendo más seres al mundo? Las ideas sobre la maternidad y la mujer que hasta entonces tenía tan seguras se desmoronan con la postguerra. Ante una situación así, Ángela se da cuenta de que lo que debe hacer cualquiera, cualquier ser humano, hombre o mujer, es lanzar un rotundo no.

Esto demuestra la gran humanidad de esta mujer. Ángela Figuera (y todos los poetas sociales) podría haber hecho oídos sordos de la situación, continuar cultivando poesía arraigada, como hicieron otros, lavarse las manos; pero ver que hay gente que sufre, que muere, gente amordazada que no puede expresarse, es suficiente para que sienta como una obligación el dar voz a todas estas personas.

La poesía de Ángela Figuera me ha parecido especialmente desgarradora y triste, pero a la vez emotiva y conmovedora. Cumple su función de denuncia y sirve como antídoto contra la deshumanización. Creo que, cualquiera que lea sus poemas, siente cómo le remueven algo por dentro que le hace desear ser una mejor persona.

 Termino con el poema “No quiero”, uno de los que más me han gustado de la autora, y formulo yo misma otro deseo: no quiero que la poesía de Ángela Figuera continúe en el olvido y nos perdamos poemas tan hermosos como este:
No quiero
que los besos se paguen
ni la sangre se venda
ni se compre la brisa
ni se alquile el aliento.
No quiero
que el trigo se queme y el pan se escatime.

No quiero
que haya frío en las casas,
que haya miedo en las calles,
que haya rabia en los ojos.

No quiero
que en los labios se encierren mentiras,
que en las arcas se encierren millones,
que en la cárcel se encierre a los buenos.

No quiero
que el labriego trabaje sin agua
que el marino navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro.

No quiero
que las madres no tengan perfumes,
que las mozas no tengan amores,
que los padres no tengan tabaco,
que a los niños les pongan los Reyes
camisetas de punto y cuadernos.

No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.

No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles.

No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.

No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto.

No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO...



BIBLIOGRAFÍA:

FIGUERA ANDÚ, J., “Nota preliminar”, en FIGUERA AYMERICH, Á., Obras completas, Madrid, Hiperión, 1986, pág. 9-12.
FIGUERA AYMERICH, Á., Obras completas, Madrid, Hiperión, 1986.
QUANCE, R., “Introducción”, en FIGUERA AYMERICH, Á., Obras completas, Madrid, Hiperión, 1986, pág. 15-25.
REYZÁBAL RODRÍGUEZ, M. V., “Ángela Figuera Aymerich: la maternidad, experiencia exclusiva”, en Zurgai: Euskal herriko olerkiaren aldizkaria: Poetas por su pueblo, mes 12 (diciembre), 2009. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3109102&orden=429215&info=link (fecha de consulta: 17/05/17)
RODRÍGUEZ CACHO, L., Manual de historia de la literatura española, Madrid: Castalia, 2009.

WEBGRAFÍA:

Ángela Figuera Aymerich, en GipuzkoaKultura. Disponible en: http://angelafigueraaymerich.gipuzkoakultura.net/index-es.php (fecha de consulta: 17/05/17)
ZABALA, J. R., “Ángela Figuera, veinte años más tarde”, en Euskonews. Disponible en: http://www.euskonews.com/0255zbk/gaia25501es.html (fecha de consulta: 17/05/17)




[1] RODRÍGUEZ CACHO, L., Manual de historia de la literatura española, Madrid: Castalia, 2009, pág. 494.
[2] La expresión es creada por Emilio Miró.
[3] Desde pequeña escribió cuentos infantiles y poesías, pero después rompía lo que no le gustaba y solo se ha conservado de su juventud un cuaderno de poemas que guarda su marido pero nunca ha publicado por deseo de la autora.
[4] Citado a través de: QUANCE, R., “Introducción”, en FIGUERA AYMERICH, Á., Obras completas, Madrid, Hiperión, 1986, pág. 18.
[5] Íbid, pág. 18.
[6] El título hace referencia a la paradoja de que algo tan bello como la poesía hable de algo tan horrible como es la guerra y sus consecuencias. 

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