viernes, 28 de abril de 2017

SOBRE "EN LA ARDIENTE OSCURIDAD"


En esta entrada realizaremos un breve análisis de otra de las grandes obras de Antonio Buero Vallejo, En la ardiente oscuridad (1950), en la que podremos ver de nuevo aplicados, al igual que en Historia de una escalera (1949), muchos de los símbolos recurrentes del autor -en especial el de la ceguera-, así como la gran mayoría de las características inherentes a su teatro.



Siguiendo con las características que consideramos en la pertinente entrada, en En la ardiente oscuridad encontramos plasmada esa atmósfera trágica y frustrada.
La obra se ambienta en un centro educativo para ciegos donde, aparentemente, reina la alegría y la ilusión. Todo ello cambia con la llegada de Ignacio, quien se niega a soltar su bastón porque “tiene miedo a tropezar”. Se verá rodeado de compañeros que le insistirán en que puede caminar con confianza por el centro porque no hay obstáculos y conocen la disposición de las salas a la perfección.
Desde el primer momento, el antagonista a Ignacio será Carlos, quien aparenta tener más seguridad en sí mismo que el resto de los compañeros, pero quien más nervioso y alterado se sentirá cuando se dé cuenta de que las reflexiones de Ignacio están quedando impresas en las mentes del resto de estudiantes.
Caracterizado por un indudable pesimismo y centrado en aceptar la trágica realidad tal cual es, Ignacio será el primero en remarcar que él no es “invidente”, sino que es “ciego”, y que es el primero que debe aceptar que esa es su condición.
Aquí encontramos reflejada la voluntad de Buero por defender la dignidad del hombre y su reflexión en torno a los problemas de su existencia. Ignacio tiene bien asumidas sus limitaciones naturales: nació con ceguera y se niega a aceptar que su universo es el mismo que el de los que poseen la visión. También queda reflejado el tono existencialista y angustioso que sobrevuela las reflexiones sobre el propio individuo, y que aparece ligado a la aceptación de la realidad por muy cruel y dura que sea. Como bien sabemos, Buero defendía que sus obras no eran pesimistas, sino realistas, y de nuevo encontramos en su obra que la clave para superar un problema se encuentra, en primer lugar, en asumirlo, en admitir en nosotros el dolor como parte de esa realidad.



Aquí el símbolo de la ceguera eleva su importancia y se impone a todo el argumento de la obra. Sabemos, además, que se nos presenta como contrario a la luz y la claridad y, por tanto, a la verdad. Y es aquí precisamente donde se enmascara la crítica social que pretende realizar a través de esta obra. Comprobamos que la ceguera se traduce como la incapacidad del individuo por descubrir la verdad que le rodea, así como de superar sus propias limitaciones personales o impuestas. Según esto, el argumento de la obra gira en torno a la búsqueda de la verdad, y el título En la ardiente oscuridad, responde a las ansias (‘ardiente’) de Ignacio por salir del engaño en el que está sumido (‘oscuridad’).



“¡Sí! ¡Ver! Aunque sé que es imposible, ¡ver! Aunque en este deseo se consuma estérilmente mi vida entera, ¡quiero ver! No puedo conformarme. No debemos conformarnos. ¡Y menos, sonreír! Y resignarse con vuestra estúpida alegría de ciegos, ¡nunca! (…) Y aunque no haya ninguna mujer de corazón que sea capaz de acompañarme en mi calvario, marcharé solo, negándome a vivir resignado, ¡porque quiero ver!”.

(Ignacio en En la ardiente oscuridad)




En lo referente a los personajes, podemos aplicar también las características ya citadas en entradas anteriores: no hay ‘buenos’ o ‘malos’, hay personajes que toman parte en la acción (considerados activos) y personajes contemplativos (considerados pasivos). En este sentido Ignacio irrumpe en el centro de enseñanza jugando el papel activo, mientras que el resto de los compañeros responden a la tipología de los personajes contemplativos, en especial Carlos y Elisa. Observamos que Ignacio tiene la voluntad de alcanzar su propia libertad, aun caracterizado como el héroe trágico sumido en su egoísmo. Por el contrario, tanto Carlos como el resto de estudiantes viven en una burbuja falsa, en una mentira, y son incapaces tanto de afrontar sus limitaciones y asumirlas, como de hacer frente al dolor de la vida, de la realidad. Se retratan, por tanto, como personajes débiles, soñadores, y especialmente, angustiados aun sin saberlo: no quieren ver.



“Quédate con tu alegría; con tu Carlos, muy bueno (…) … y completamente tonto, porque se cree alegre. Y como él, Miguelín y don Pablo y todos. ¡Todos! Que no tenéis derecho a vivir, porque os empeñáis en no sufrir; porque os negáis a enfrentaros con vuestra tragedia, fingiendo una normalidad que no existe, procurando olvidar e, incluso, aconsejando duchas de alegría para reanimar a los tristes…”.



“¡Ciegos! ¡Ciegos y no invidentes, imbéciles!”.



“No seas tonta; no hables de cosas que desconoces, no imites a los que viven de verdad. ¡Y ahórrame tu desagradable debilidad, por favor! (…) Porque vosotros sois demasiado pacíficos, demasiado insinceros (…). Pero yo estoy ardiendo por dentro; ardiendo con un fuego terrible, que no me deja vivir y que puede haceros arder a todos… Ardiendo en esto que los videntes llaman oscuridad, y que es horroroso. (...) Tu optimismo y tu ceguera son iguales… la guerra que me consume os consumirá”.

(Ignacio en En la ardiente oscuridad)




También comprobamos cómo se produce el enfrentamiento entre el héroe (Ignacio, ser humano que vive sufriendo) y la sociedad, que en este caso intenta disuadir al protagonista de las ideas que defiende. Ignacio tampoco es capaz de cambiar su realidad, pero intenta superar sus limitaciones siendo honesto consigo mismo y enfrentando con valentía sus problemas.



“No puedo contenerme. No puedo dejar en la mentira a la gente cuando me pregunta… ¡Me horroriza el engaño en que viven!”.

(Ignacio en En la ardiente oscuridad)



Por otra parte, y aunque la crítica social de la obra persiste y es válida en nuestros días, resulta importante mencionar que, como es obvio, el centro de estudiantes nace como reflejo de la sociedad española de la dictadura. Entendemos, por un lado, que todos están ciegos a su alrededor, y que parecen autoconvencerse de que no tienen limitaciones (represión dictatorial), de que viven muy felices. Por otro, resulta interesante que la única ‘vidente’ -como se denomina en la obra a las personas que no padecen ceguera-, doña Pepita, mantiene un diálogo final con Carlos en el que le insinúa que va a negar que lo ha visto asesinando a Ignacio. Es una ceguera voluntaria ante un acto enormemente injusto, ante lo que ella alega que “el Centro está por encima de todo”. Por tanto, doña Pepita muestra la falsedad de una España en la que importaba más la unidad (“¡Una, Grande y Libre!”) que la libertad de pensamiento y la diversidad de individuos.



“Tú no la sientes, y esa es tu desgracia, no sentir la esperanza de lo que os he traído (…). La esperanza de la luz”.



“Me limito a ser sincero, y ese contagio de que me hablas no es más que el despertar de la sinceridad de cada cual”.

(Ignacio en En la ardiente oscuridad)




Por último, con el asesinato de Ignacio a manos de Carlos vemos cómo la imposibilidad de callar la voz de Ignacio y de hacerle cambiar sus ideas, de que se marche, desemboca en el único remedio que se encuentra ante la inteligencia libre: la fuerza. Lo que hace Carlos para no afrontar la verdad, es matarla con la violencia. De nuevo una dura crítica a la represión del régimen franquista, pero aplicable hoy en día y para siempre. Ante la falta de comprensión, se impone la destrucción y el odio. Pero la esperanza envuelve las últimas palabras de doña Pepita a Carlos: “usted no ha vencido”.



“No te atreves a decir “te quiero”. Pero yo lo diré por ti. Sí, me quieres; lo estás adivinando ahora mismo. Lo delata la emoción de tu voz. ¡Me quieres con mi angustia y mi tristeza, para sufrir conmigo de cara a la verdad y de espaldas a todas las mentiras que pretenden enmascarar nuestra desgracia! ¡Porque eres fuerte para eso y porque eres buena!”.

(Ignacio en En la ardiente oscuridad)





Bibliografía utilizada:

BUERO VALLEJO, A. (1950) En la ardiente oscuridad. Madrid: Magisterio Español, 1967.

Programa Estudio 1. (1973) En la ardiente oscuridad. España: RTVE.


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