miércoles, 5 de abril de 2017

Poemas póstumos (1968)



“Es decisivo para el hombre la forma en que experimenta el fracaso: el permanecerle oculto, dominándole al cabo sólo fácticamente, o bien el poder verlo sin velos y tenerlo presente como límite constante de la propia existencia, o bien el aceptarlo honradamente en silencio ante lo indescifrable. La forma en que experimenta su fracaso es lo que determina en qué acabará el hombre”.

                                                                                                                  Karl Jaspers, filósofo y psiquiatra alemán

En un socialmente agitado y convulso 1968, Jaime Gil de Biedma decide prematuramente su muerte como personaje poético, tras refugiarse fallidamente en la reflexión individual y en la agonía de una juventud ya “difunta”. De profunda madurez, es un poemario de tono desengañado que pone fin a un último proceso de autodestrucción de alguien cuya fe poética se ha disuelto, alejado ya del fervor y vitalismo juveniles, así como de las experiencias promiscuas, pero que, pese a la crisis existencial, consigue aceptar que “la vida iba en serio”, consciente de que “la verdad desagradable asoma”, como dice en No volveré a ser joven. A pesar de contar con tan solo 39 años, vemos a un autor conmocionado cuyo verso ya no alberga una esperanza de  progreso tanto a nivel personal como social, pero que a veces consigue arañar sonrisas mediante el recuerdo del goce pasado y de la vida que aún le queda por experimentar.

Es un libro de extraordinaria lucidez y brevedad (apenas supera las treinta páginas) y tiene una precisión poética muy lograda a través de versos muy sencillos, capaces algunos de ellos de reflejar totalmente el estado emocional de su autor. Ejemplos de ello son el verso inicial “No es el mío este tiempo” y final “De la vida me acuerdo, pero dónde está” del poema De senectute, así como los mismos del ya visto No volveré a ser joven “Que la vida iba en serio” y “Envejecer, morir, es el único argumento de la obra.”

Como se puede apreciar por su contundencia en los versos expuestos, la obra no precisa de presentación ni de comentario alguno. Ella misma habla por sí sola, luchando desesperadamente contra el olvido. Supone el harakiri lírico de una identidad poética decrépita ahogada en la nostalgia de lo que fue.

En definitiva, es un testimonio del fracaso poético que le condenó a un silencio del que ya no saldría nunca más, pero que aceptó con dignidad y, como se dice en el testo de Jaspers, “como limite constante de la experiencia”.

Ahora es vuestro turno. He aquí tres muestras de la magia de este cadáver poético que, valga la contradicción, está más vivo que nunca. El primer poema es un es un triste y último estertor de un personaje muerto en vida, muy similar al segundo, en el que percibimos el designio del poeta en su ocaso. Por último, el poema restante, visto ya en clase y quizás el más reconocido del poemario, es una clara verificación del ya citado suicidio poético del autor, sumido en una grave crisis personal de la que nunca se recuperaría.

De senectute
No es el mío este tiempo.
Y aunque tan mío sea ese latir de pájaros
afuera en el jardín,
su profusión en hojas pequeñas, removiéndome
igual que intimaciones,
                                          no dice ya lo mismo.
Me despierto como quien oye una respiración
obscena. Es que amanece.
Amanece otro día en que no estaré invitado
ni a un solo momento feliz. Ni a un arrepentimiento
que, por no ser antiguo,
invite de verdad a arrepentirse
con algún resto de sinceridad.
Ya nada temo más que mis cuidados.
De la vida me acuerdo, pero dónde está.
                                                              (Las personas del verbo, Seix Barral, pág. 168)
De vita beata
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras civiles,
en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
 y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
                                                 (Las personas del verbo, Seix Barral, pág. 172)
Contra Jaime Gil de Biedma
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 
dejar atrás un sótano más negro 
que mi reputación -y ya es decir-, 
poner visillos blancos 
y tomar criada, 
renunciar a la vida de bohemio, 
si vienes luego tú, pelmazo, 
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, 
zángano de colmena, inútil, cacaseno, 
con tus manos lavadas, 
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares 
últimos de la noche, los chulos, las floristas, 
las calles muertas de la madrugada 
y los ascensores de luz amarilla 
cuando llegas, borracho, 
y te paras a verte en el espejo 
la cara destruida, 
con ojos todavía violentos 
que no quieres cerrar. Y si te increpo, 
te ríes, me recuerdas el pasado 
y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia. 
Que tu estilo casual y que tu desenfado 
resultan truculentos 
cuando se tienen más de treinta años, 
y que tu encantadora 
sonrisa de muchacho soñoliento 
-seguro de gustar- es un resto penoso, 
un intento patético. 
Mientras que tú me miras con tus ojos 
de verdadero huérfano, y me lloras 
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta! 
Y si yo no supiese, hace ya tiempo, 
que tú eres fuerte cuando yo soy débil 
y que eres débil cuando me enfurezco... 
De tus regresos guardo una impresión confusa 
de pánico, de pena y descontento, 
y la desesperanza 
y la impaciencia y el resentimiento 
de volver a sufrir, otra vez más, 
la humillación imperdonable 
de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama, 
como quien va al infierno 
para dormir contigo. 
Muriendo a cada paso de impotencia, 
tropezando con muebles 
a tientas, cruzaremos el piso 
torpemente abrazados, vacilando 
de alcohol y de sollozos reprimidos. 
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, 
y la más innoble 
que es amarse a sí mismo!

                                                               (Las personas del verbo, Seix Barral, pág. 146-7)                       
Bibliografía:      
-Gil de biedma, J. (1990). Las personas del verbo. Barcelona, Seix-Barral.
Webgrafía:
-https://it.wikiquote.org/wiki/Karl_Jaspers

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