miércoles, 22 de marzo de 2017

"Los misterios del amor son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen"

El poeta de la vida siempre ligada a la carne

Se citaba en la anterior entrada la importancia dada por nuestro poeta a la experiencia, pues precisamente ella constituye el germen del que brota el verso como recreación del instante vivido, pero no podemos aislar dicho elemento del factor humano y el consuelo que produce en el espíritu el roce de su carne. Así pues, la entrada de hoy se corresponde con las composiciones cuyo vehículo poético es el lirismo erótico propio del encuentro sexual. En Jaime Gil de Biedma, el deseo y el posterior enlace entre dos cuerpos serán vistos como una experiencia vital e inspiradora.

 “Si jamás he podido entrar en unos brazos sin sentir –aunque sea nada más que un momento- igual deslumbramiento que a los 20 años”, afirma en Pandémica y celeste, quizás su poema más intenso y emotivo en torno a la pasión sexual, como vivencia en la que sentirse uno mismo de manera pura y sin aditivos, sin miedo. Recordemos que la problemática vital de Jaime Gil de Biedma nace con la auto represión de su verdadera identidad sexual sobre todo aunque también política, en segundo orden.

A continuación, se presenta el ya citado Pandémica y celeste, uno de los mejores poemas eróticos de las letras castellanas, en el cual puede observarse con pasmosa facilidad  la sencillez léxica y la precisión metafórica con la que el poeta alaba al cuerpo humano como una de las mejores creaciones de la natura, eso sí, en la insustituible compañía de otro, ya que la intensa mezcla de ambos y su recuerdo constituyen, ante todo, la verdadera ceniza de que ha habido vida y que pretende simular, con absoluto fracaso, la falsa realidad de la poesía.

“Empecé mientras estaba leyendo a Catulo en julio de 1963. Recuerdo que después, a la vuelta de vacaciones en noviembre, hice un poema de ejercicio. Lo que yo quería hacer también —en «Pandémica» quería muchas cosas al mismo tiempo— era una enumeración muy larga, y para ensayar hice una traducción del famoso pasaje de Los cuadernos de Malte, de Rilke, ese de: «… Una poesía, un verso en el sentimiento, un verso es una experiencia, hay que haber vivido junto a las parturientas, haber bajado por los ríos…». Hice una traducción de eso e hice otra —esta me quedó muy bien y la he publicado— de un poema de Auden. La hice para afianzarme la mano en las enumeraciones, pero la segunda mitad fue más difícil, no se terminó hasta marzo de 1964. Cuando lo concluí, me pareció que realmente había cerrado un libro. […] Es un poema sobre la experiencia amorosa y tenía una finalidad práctica, que era justificar mis infidelidades. Lo que ocurre es que esa finalidad práctica me dio, sin yo haberlo imaginado ni haberlo previsto, una entrada maravillosa en el poema, que es un poema de amor a partir de una infidelidad, un poema sobre la fidelidad a partir de la infidelidad, que es lo que todos hemos vivido en nuestra vida.”
Lo dicho, aquí lo dejo sin comentarios ni análisis, pues de nada sirve desmontar un artificio cuya intención no es la reflexión fría, sino el sentirse, en concreto, inmerso en las fauces de la vida.

Pandémica y celeste

Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos de hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
Desnudo de cintura para abajo,
Hipócrita lector - mon semblable - mon frère!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
Yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años!.
  
Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
- con cuatrocientos cuerpos diferentes -
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
Mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de hiedra coronados.
O aquel portal en Roma en vía del Babuino.
y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
o noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una
imagen rota,
de la langueur goutée a ce mal d'être deux.
Sin despreciar
- alegres como fiesta entre semana -
las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
            Íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo,
su juventud, la mía,
- música de mi fondo -
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
- mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua, fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,
Cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.

Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz. Los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.
                                                (Las personas del verbo, Seix Barral, pág. 132-135)

-Bibliografía:


-Gil de biedma, J. (1990). Las personas del verbo. Barcelona, Seix-Barral.

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