La mayoría de los
lectores conocerán la obra de Gil de Biedma por Las personas del verbo (1990), libro editado por él mismo y que
reúne toda la producción poética que quiso dejar como legado. Sin embargo, su
obra se construyó poco a poco, a lo largo de ocho copiosos años y distribuida en tres
poemarios tan breves como significativos. La entrada de hoy la dedicaremos al
primero de ellos.
En 1959, en pleno corazón de la mejor época de su vida,
nuestro poeta publica su primer libro de poemas, titulado compañeros de viaje, expresión con la que Lenin llamaba a la burguesía
que se volcó en la revolución bolchevique. Sin duda, es una clara alusión a la decisión
de Gil de Biedma de renegar de su clase social como burgués acomodado y
comprometerse en la lucha y el activismo social ante la dictadura franquista,
pese a ser rechazado en el clandestino partido comunista por su condición
homosexual.
Si bien había publicado dos obras menores algunos años
antes (Según sentencia el tiempo y Versos a Carlos Barral), Compañeros de viaje es considerado como
el comienzo de su breve pero intenso tránsito por las veredas de la literatura castellana,
así como de una manera propia y original de sistematizar y justificar la
actividad poética, siempre emparejada, como dice el propio escritor, con la
fuente inagotable de la vida:
Ser escritor lento sin duda tiene sus
inconvenientes. y no sólo porque contraría esa legítima impaciencia humana por
dar remate a cualquier empresa antes que del todo olvidemos el afán y las
ilusiones que en ella pusimos, sino también porque imposibilita, o al menos
dificulta, la composición de cierto género de obras, de aquellas concebidas en
torno a una primera intuición ala que el escritor tozuda mente supedita el
mundo de sus solicitudes diarias: semejante sacrificio resulta soportable por
una temporada más o menos larga, pero habitualmente más corta que la que a
nosotros, los escritores lentos, nos toma el escribir un número de versos
suficiente. Puestos a escoger entre nuestras concepciones poéticas y la
fidelidad a la propia experiencia, finalmente optamos por esta última. Nuestra
actividad viene así a emparejarse con la vida misma y nuestros libros parece que
naturalmente se conformen según esa lógica heraclitana, de que hablaba Juan de
Mairena, en la que las conclusiones no resultan del todo congruentes con las
premisas, pues en el momento de producirse aquellas ha caducado ya en parte el
valor de éstas.
Pero la lentitud también tiene sus ventajas. En la creación
poética, como en todos los procesos de transformación natural, el tiempo es un
factor que modifica a los demás. Bueno o malo, por el mero hecho de haber sido
escrito despacio, un libro lleva dentro de sí tiempo de la vida de su autor. El
mismo incesante tejer y destejer, los mismos bruscos abandonos y
contradicciones revelan, considerados a largo plazo, algún viso de sentido, y
la entera serie de poemas una cierta coherencia dialéctica. Muy pobre hombre ha
de ser uno si no deja en su obra-casi sin darse cuenta- algo de la unidad e
interior necesidad de su propio vivir. Al fin y al cabo, un libro de poemas no
viene a ser otra cosa que la historia del hombre que es su autor, pero elevada
a un nivel de significación en que la vida de uno es ya la vida de todos los
hombres, o por lo menos de unos
cuantos entre ellos. Si mi lentitud en el trabajo ha servido para conferir a
este libro esa mínima virtud creo que podré estar satisfecho.
(Jaime Gil de Biedma, Compañeros de viaje, prefacio.)
Y hasta ese momento,
este libro de poemas recoge una historia convulsa y real, en la que pesan los
recuerdos de la infancia y la primera juventud, el mundo urbano, la amistad
sincera y desinteresada, el recuerdo de los primeros amores y primeros encuentros
y, sobre todo, la protesta y denuncia social contra los abusos de su propia
clase. Este último aspecto evidencia el, ante todo, carácter humano de un
individuo cuya poesía no es un lujo neutro, sino un arma cargada de esperanza y
de futuro.
Como mejor cierre
posible y con la intención de no sobrecargaros de información, acudimos
directamente a las composiciones más
destacadas del libro. En este caso se han seleccionado las siguientes:
De ahora en adelante
Como después de un sueño,
no acertaría
a decir en qué instante sucedió.
Llamaban.
Algo, ya comenzado, no admitía espera.
no acertaría
a decir en qué instante sucedió.
Llamaban.
Algo, ya comenzado, no admitía espera.
Me sentí extraño
al principio,
lo reconozco -tantos años
que pasaron igual que si en la luna…
Decir exactamente qué buscaba,
mi esperanza cuál fue, no me es posible
decirlo ahora,
porque en un instante
determinado todo vaciló: llamaban.
Y me sentí cercano.
Un poco de aire libre,
algo tan natural como un rumor
crece si se le escucha de repente.
lo reconozco -tantos años
que pasaron igual que si en la luna…
Decir exactamente qué buscaba,
mi esperanza cuál fue, no me es posible
decirlo ahora,
porque en un instante
determinado todo vaciló: llamaban.
Y me sentí cercano.
Un poco de aire libre,
algo tan natural como un rumor
crece si se le escucha de repente.
Pero ya desde
ahora siempre será lo mismo.
Porque de pronto el tiempo se ha colmado
y no da para más. Cada mañana
trae, como dice Auden, verbos irregulares
que es preciso aprender, o decisiones
penosas y que aguardan examen.
Todavía
hay quien cuenta conmigo. Amigos míos,
o mejor: compañeros, necesitan,
quieren lo mismo que yo quiero
y me quieren a mí también, igual
que yo me quiero.
Porque de pronto el tiempo se ha colmado
y no da para más. Cada mañana
trae, como dice Auden, verbos irregulares
que es preciso aprender, o decisiones
penosas y que aguardan examen.
Todavía
hay quien cuenta conmigo. Amigos míos,
o mejor: compañeros, necesitan,
quieren lo mismo que yo quiero
y me quieren a mí también, igual
que yo me quiero.
Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.
(Las personas del verbo, pág. 57-58)qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.
Arte poética
a Vicente
Aleixandre
La nostalgia del sol en los terrados,
en el muro color paloma de cemento
—sin embargo tan vívido— y el frío
repentino que casi sobrecoge.
La dulzura, el calor de los labios a solas
en medio de la calle familiar
igual que un gran salón, donde acudieran
multitudes lejanas como seres queridos.
Y sobre todo el vértigo del tiempo,
el gran boquete abriéndose hacia dentro
del alma
mientras arriba sobrenadan promesas
que desmayan, lo mismo que si espumas.
Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo,
acaso heroicidades —o basta, simplemente,
alguna humilde cosa común
cuya corteza de materia terrestre
tratar entre los dedos, con un poco de fe?
Palabras, por ejemplo.
Palabras de familia gastadas tibiamente.
(Las personas del verbo, pág. 37)
Bibliografía:
-J. Gil de
Biedma, Las personas del verbo (1990)
Barcelona, Seix barral.
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